“Sólo el hilo invisible del amor propio salva de la locura. Quienes no se sostienen por ese eslabón, harán uso –o destruirán– sin remordimiento, una y otra vez, la historia e identidades de los demás. Conforme pase el tiempo, sus construcciones artificiales serán caparazones inservibles, los abandonarán e irán en búsqueda de los siguientes…"
La mano invisible que lo mueve todo, hace de las suyas. Conforme avanza la trama, podemos ver con claridad lo que se oculta detrás de la mano que usa las armas y quién se encuentra, como una tenue sombra, detrás de los acontecimientos triviales, que, en suma, son entramados e intrigas existenciales no menores para cada uno de nosotros. Aquella tesis de “nunca terminas de conocer a una persona”, cobra sentido en esta historia.
En esta novela el lector podrá ver, con claridad, cada fracción y cada arruga que define al perverso protagonista. No hay un cocinero más aterrador, que un hombre cuyo paladar no distingue entre la jalea de fresas silvestres y la sangre que chorrea de una herida recién abierta. Diego Echegoyen Rivera construye un relato íntimo que mezcla la maldad y la astucia, logrando una historia que no pasa desapercibida, para los lectores más experimentados.
Con esta segunda entrega de la trilogía McKee, el autor acentúa la apuesta por la psiconovela y la novela negra. Los personajes deambulan en una suerte de lotería macabra, donde pareciera que la partida está echada para que la gane un personaje omnipresente e invisible. Todos son conquistados por aquel extraño que caminaba por la calle, pero que hoy te cocina, se sienta en tu mesa y te amordaza, con la misma naturalidad con la que te saludó por primera vez, cuando le conociste.